Hay que oír a Rafael Correa cuando no le queda más remedio que criticar a los militares: cuidadoso, vulnerable, con pies de plomo, con guantes de seda. Se le quita lo gallito.
Sabatina 450 (ya sólo faltan 78 y a él mismo le parecen demasiadas): el presidente arremete contra Juan Pablo Albán, abogado de derechos humanos que actúa como defensor de las víctimas (tres ex guerrilleros de Alfaro Vive Carajo) en el juicio por crímenes de lesa humanidad que se sigue contra siete generales de las Fuerzas Armadas. Le dedica “la cantinflada de la semana” y lo llama “seudoactivista de la gallada de la CIDH”. Es la sexta vez que Correa insulta a Albán en su monólogo de los sábados. Ya antes lo había calificado como “miserable tirapiedras”. De ahí para arriba (o para abajo, según se mire). En cambio al alto mando, a los treinta generales que esta semana acudieron al juzgado con sus uniformes de gala y sus condecoraciones para respaldar a los acusados y presionar a las cortes sin el menor sentido no digamos del tacto sino de la decencia, a ellos… ¡Ah! A ellos se dirige “con todo cariño”. Ante ellos baja el tono, mide sus palabras. Y asegura que “no lo hicieron con mala intención”. ¡Qué va! Su demostración de fuerza es apenas “inoportuna”, “no pertinente”. ¿Quisieron intimidar a los jueces?, se pregunta el presidente. Y se responde: “Dios no quiera”. Sigue leyendo
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