El correísmo se nos metió en el cuerpo

Algo propio de las teocracias, los totalitarismos y los regímenes autoritarios basados en la propaganda es imponer un concepto universal de bien supremo y obligar a la población a aspirar a él. Semejante visión no tiene nada que ver con la democracia. Un estado democrático no es compatible con la idea de un bien supremo: los únicos valores que lo rigen son los valores republicanos, aquellos que pueden ser compartidos por todos precisamente porque no derivan de credos o supersticiones sino que están fundados en eso que Habermas llama “el uso público de la razón” y sirve para garantizar la convivencia entre distintos. “La democracia –escribe Todorov en La experiencia totalitaria– no pretende ser un estado virtuoso”: en ella “cada quien es libre de definir y de buscar el bien a su manera. La democracia es el régimen que hace posible esta búsqueda libre”.

Esto quiere decir que cualquier ciudadano de un estado democrático, al cabo de una lectura subjetiva y apasionada de Epicuro o simplemente como resultado de una particular experiencia de vida, tiene el derecho de pensar que la práctica del hedonismo es la mejor manera de hacer el bien y de hallar la felicidad. Y el Estado, siempre que esa persona no incurra en delito, debe garantizarle la libertad para optar por el tipo de vida que tal posición filosófica conlleva y la libertad para educar a sus hijos según ese pensamiento. Y no entrometerse.

El correísmo quiere que eso no sea posible. Se ha impuesto como política de Estado luchar contra el hedonismo. Y contra el consumismo. E imponer “los buenos valores” y el amor verdadero que conduce a la verdadera felicidad. Y al desarrollo.

El correísmo ya creó un ministerio para la felicidad que se ocupa del plan nacional del buen vivir, una especie de megraproyecto de país que cruza todos los campos fundamentales del desarrollo, o sea que es un eje transversal. En el Power Point aparece como una flechita que atraviesa una serie de bombitas identificadas con las palabras salud, educación, vivienda, etc. Esa flechita es el bien absoluto. En ella no tiene cabida el hedonismo. Ni el consumismo. Ni los vicios. Ni las familias no convencionales.

El concepto de Buen Vivir no siempre fue eso. El Sumak Kawsay tuvo su primera expresión oficial en la Constitución de Montecristi, donde aparece como una lista de derechos (Capítulo 2 del Título 2: Derechos del buen vivir). Hoy el Sumak Kawsay está a punto de convertirse en un catecismo.

Esta transformación tiene que ver con una visión más o menos compartida por todos los voceros del correísmo: la de promover el equilibrio entre deberes y derechos. El ministro de la Felicidad, Freddy Ehlers, en una entrevista alucinante concedida al no menos alucinante diario El Telégrafo,  lo expresó así: “En cuanto a los derechos se ha avanzado pero en cuanto a los deberes no hemos hecho mucho”. También Mónica Hernández, la nueva directora de la Estrategia Intersectorial de Planificación Familiar y Prevención del Embarazo en Adolescentes (Enipla), ha recordado que “el Señor Presidente promueve que se hable tanto de todos los derechos del ciudadano como de los deberes. Lo más apropiado es fomentar el equilibrio entre ambos”.

Equilibrio entre derechos y deberes: parece un asunto de puro sentido común, pero si se analiza con detenimiento se verá que encierra una no muy democrática visión de la sociedad y del Estado. Es cierto que en el campo de las relaciones personales esperamos encontrar una proporción entre las obligaciones que una persona asume ante sus semejantes y las compensaciones que espera recibir a cambio. Básicamente, encontramos justo que quienes no pagaron la cuota no coman pastel. Y la actitud de quienes pretenden comer pastel sin haber pagado la cuota nos parece reprochable; es un mal comportamiento. Esto es así en el campo de las relaciones estrictamente personales. En el campo de las relaciones políticas las cosas son muy distintas…

Aquí tenemos de un lado a los ciudadanos, indefensos porque han delegado su poder, y de otro lado al Estado, depositario de esa delegación, en cuya virtud ejerce el monopolio de la violencia legítima (Ejército, Policía) y detenta todos los mecanismos de coerción necesarios precisamente para obligar a los ciudadanos a que cumplan sus deberes; por ejemplo, a que paguen sus impuestos. Es decir que en las relaciones entre el Estado y los ciudadanos hay un desequilibrio de origen en favor del Estado. Para corregir ese desequilibrio, los valores republicanos reconocen una serie de derechos. Los derechos pertenecen a los ciudadanos, no al Estado como pretende el correísmo, y están ahí para protegerlos en su indefensión, pues un Estado con todo el poder y todos los mecanismos de coerción puede cometer y comete atropellos a diario. En la relación entre el Estado y los ciudadanos, el equilibrio lo ponen los derechos. Por tanto la pretensión de que se debe promover por igual derechos y deberes para encontrar un equilibrio no sólo es absurda sino moralista y disciplinaria (es decir, profundamente reaccionaria) porque se basa en la simplona aplicación del principio del buen comportamiento al campo de las relaciones políticas. Lo que se debe promover son los derechos, el Estado ya se ocupa de que cumplamos nuestros deberes sin necesidad de que el ministerio de la Felicidad y la Enipla se entrometan en nuestra vida sexual y en nuestra sopa del día.

El problema con Rafael Correa es que cree menos en los valores republicanos que en los valores morales que profesa como católico y como boy scout. Él cree, por ejemplo, que hay problemas de salud pública (el embarazo en adolescentes, la educación sexual de los niños) que se remedian con la prescripción de valores morales. “Los buenos valores”, refrenda la directora de la Enipla: rechazar “el hedonismo que supone el ambiguo derecho al placer”, desterrar el consumismo, promover el amor verdadero.

“Vamos a cambiar de estrategia y vamos a hablar mucho de valores, de responsabilidad y de familia, compañeros”, dijo el Presidente en la última sabatina, la número 402. “La famiiiliaaa”, apremió alargando las vocales. No estaba hablando de la familia como realidad social, que en el Ecuador es cada vez más diversa y problemática y que en un alto porcentaje está cruzada por condiciones de violencia y de tragedia desgarradoras. No. Cuando Correa dice “la famiiiliaaa” está hablando de un valor moral. Uno que sólo puede encarnarse en “la familia convencional que sigue siendo –dijo en la Sabatina 354–, y felizmente seguirá siendo creo yo, la base de la sociedad”. Un modelo de familia que está en crisis desde los tiempos de James Dean y de hecho, tal como lo concibe el Presidente, como una encarnación de los buenos valores morales y un modelo de la sociedad perfecta, en realidad no existe, es una abstracción.

Hay algo brutalmente contradictorio, violento y ofensivo en un Estado que obliga a las mujeres embarazadas por sus violadores a fundar una familia que ellas no desean, bajo amenaza de cárcel, y luego predica los valores morales de la familia ideal como una medida efectiva para prevenir los embarazos no deseados, mientras desprestigia a la anticoncepción y promueve la abstinencia. Ya puede la Constitución consagrar los derechos del Buen Vivir más bonitos que concebir se pueda. Lo cierto es que el verdadero Sumak Kawsay, el auténtico Buen Vivir tal como lo concibe el correísmo, depende del buen comportamiento: así funciona el supuesto equilibrio entre deberes y derechos. Moralista y disciplinario, el correísmo se nos metió en el cuerpo. Y el cuerpo, nuestro propio cuerpo, dejó de ser un espacio para el ejercicio de la libertad y se convirtió en un expediente de obligaciones, deberes y responsabilidades arbitrados por el Estado.

El proyecto político ideal del correísmo pasa de la proclamación del Estado de derechos a la conformación del Estado de derechos y deberes, que saca ventaja sobre los ciudadanos. Un paso más e inauguraremos el Estado de valores consagrado al bien supremo, apoteosis del Estado de propaganda y muerte definitiva del Estado de Derecho (con mayúscula y en singular), que profesa los valores republicanos y es todo lo que en realidad se necesitaba desde un principio para respetar derechos, exigir el cumplimiento de deberes y garantizar la búsqueda libre del bien y la felicidad. Ah, y prevenir el embarazo en adolescentes.

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